domingo, 15 de enero de 2017

Puertas adentro

No hay tabaco que arañe el alma cuando toca envejecer puertas adentro, sentado en la mesa moliendo los codos, rumiando el mismo café por las mañanas, como cantando sin voz (si hay quien escuche) las seniles coplas del encierro.

Si se sobrevive a los estragos del mar cuando reclama querubines antes de tiempo, de poco sirve, si no significa más que el quebranto de corazones que no existían y el revivir de lágrimas con artritis, al tercer día, de entre los muertos.

No hay, ¡Virgen del Valle!, ni consuelo de los cuervos que se llevan todos los días mis ojos, ni parece el Sol apiadarse de mi sombra al mediodía, ni por dejar la puerta abierta viene a buscarme la última hora, ni hay, ¡maldita sea!, tabaco que calme el alma cuando un pasado que no hay quién lo escriba,

martilla cada clavo de mi cruz,

todos los días,

puertas adentro.

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