jueves, 11 de octubre de 2012

Aunque haya un camino

Alguna vez quise irme para no volver. Nunca fue el motivo la ausencia de una enzima patriótica, ni la herencia subliminal del sueño americano que llegó al país en los cincuentas, ni mucho menos el pensar que estos pocos acres caribeños, rescatados a punta de montoneras, héroes de batalla y efemérides, de pronto se le hacían muy pequeños, al tercer hijo de la primogénita de un español.

No, ninguno de esos fueron nunca los motivos, pero sí, cómo quería irme.

Quería padecer el invierno y conjugar el otoño. Quería ciudades grises, girasoles de Rusia, sexo, trenes, historias. Quería irme por irme, irme por empezar de nuevo (porque esta vez la historia la contaba yo), irme para sentar cabeza con la soledad, irme para tener excusa de no llamar todos los días, irme para que acaso me extrañen cuando no esté.

Y hoy que las paredes se resquebrajan y sigue minándose el suelo que piso (aunque haya un camino ) quiero hacerlo más que nunca.