Quisiera poder regalarte un soplo de otoño para que tus lunes no pesaran tanto. Quisiera poder recitar soles de mayo que alumbraran la habitación que adormece tus sentidos. Quisiera poder limpiar el azul de tu rostro y volver dulces tus lágrimas para que tus ojos no se agrieten. Quisiera poder pero no puedo más que abrazarte y llorar contigo la muerte de cada ola.
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Un día sembré un girasol iracundo en mi ventana.
Un girasol de sangre.
Desolado, vago por los pasillos de julio recordando el día en que un vendaval, bendito y maldito, lo arrancó de sus raíces y lo fue a plantar en la comisura de tus ojos, esos ojos donde naufragan los navíos, los mismos ojos que hicieron que un día sembrara un girasol rojo en mi ventana.